D E U N A

Sitio destinado a proponer puntos de vista sobre la contingencia, analizando los acontecimientos que dan forma al diario vivir entre los chilenos.

Friday, January 09, 2009

Torpeza en la ruta de un senador

Encuesta televisiva: Giradi genera más de 97% de rechazo ciudadano


Patricio Araya G.
Periodista



Indignados televidentes del Telediario Interactivo (RED TV) se pronunciaron este jueves a través de una categórica y tajante encuesta de opinión en contra de la actitud del senador Guido Girardi, respecto a las consecuencias de una infracción cometida por su chofer en la Ruta 68, el pasado 19 de noviembre. Frente a la pregunta planteada por el espacio informativo: Senador Girardi protesta por parte a exceso de velocidad… ¿Reclamo justo o denuncia inaceptable?, un 97,3% de los encuestados la consideró como una denuncia inaceptable, rechazando de esta forma la postura del senador Girardi, quien llamó a la subsecretaria de Carabineros, Javiera Blanco, para quejarse por el supuesto mal trato recibido por los carabineros que le cursaron el parte, consiguiendo que los uniformados fueran sancionados con dos días de arresto.

Este golpe de vergonzoso autoritarismo dado por un político, nada menos que vicepresidente de su partido (PPD), no sólo amerita el rechazo ciudadano reflejado en la referida encuesta, sino que debería provocar una discusión más amplia, pues, de hacerse un hábito esta forma de resolver las cosas más simples, nuestra alicaída democracia estaría en serio riesgo, en especial, considerando lo precario que a estas alturas resulta el precepto constitucional de igualdad ante la ley. Más bien suena como un chiste de mal gusto. Es la democracia de los telefonazos.

¿Es posible que una infracción por exceso de velocidad cometida en una carretera movilice a los tres poderes del Estado? (¡Pobre Montesquieu!, tanto que se afanó con esa gabela de la separación de los poderes, ¿pa’ qué, digo yo?) Depende. Si el infractor es un ciudadano común y corriente, el tema –de no existir lesionados– sólo debería remitirse a la autoridad competente, es decir, Carabineros y el Juzgado de Policía Local respectivo; pero, si el infractor es un patricio –como se sienten muchos de nuestros tribunos criollos–, la cosa cambia de manera radical.

El parte que recibió el pasado 19 de noviembre el chofer del senador Guido Girardi, por conducir a 136 kilómetros por hora en la Ruta 68, habría pasado como un mero incidente, cuando más, una anotación en su hoja de vida como conductor. Sin embargo, su jefe, no trepidó en articular sus redes de poder y poner en marcha todo el aparato público. Al sentirse menoscabado en su condición de senador –ignorada por los carabineros al momento de notificar a su chofer– Girardi no dudó en telefonear a la subsecretaria de Carabineros, Javiera Blanco, a quien le habría expresado su malestar por un supuesto trato inadecuado brindado por los carabineros. La osadía de Girardi va más allá del llamado a la subsecretaria, él se salta todos los conductos regulares, no pide hablar con el comisario de los policías, ni con el prefecto de la zona, ni mucho menos, con el General Director, va hasta donde su lógica del poder le indica, acude a la instancia más alta que tiene a mano, sólo le resta hablar con el ministro de Defensa. El resultado de su llamado rinde frutos: los carabineros fueron sancionados con dos días de arresto prestando servicios, más las respectivas anotaciones demérito en sus hojas de vida, lo que les causará efectos en sus carreras funcionarias.

Girardi aseguró en distintos medios que su intención no era evitar la multa, que su reclamo sólo obedecía al hecho de no sentirse tratado de la misma forma que otras comitivas que lo adelantaron a mayor velocidad en la misma ruta, las que no habrían sido fiscalizadas por los efectivos policiales. Entonces, ¿para qué llamó a Blanco? Sin duda lo hizo para marcar una diferencia, para dejar en claro que él es un senador y, en consecuencia, debe ser tratado con guante blanco. Es más, si otros cometen infracciones y no son sancionados, ¿por qué no él? También resulta inexcusable la actitud del senador si se considera la acción de exhibir sus credenciales a la policía como un recurso para “ablandar” la fiscalización.

En un abrir y cerrar de ojos, un miembro del Poder Legislativo acude a una representante del Poder Ejecutivo, a lo que debe sumarse, a su turno, el consecuente involucramiento del Poder Judicial a la hora de fijar la multa y establecer la sanción al conductor (supongamos que le suspendieron la licencia de conducir por exceso de velocidad, según corresponde). Y, hoy, para nuestra sorpresa, el propio vocero de gobierno, el ministro Francisco Vidal, también se involucra en el hecho, haciendo una declaración de buena crianza sobre el ejemplo que deberían dar las autoridades, respecto a sus actuaciones. Nada dijo de los carabineros infraccionados a raíz del llamado del senador. De ello se colige que los anónimos policías no cuentan con la fianza del gobierno, a diferencia del parlamentario en cuestión. Ya no está el general Bernales para defender a sus hombres.

La reflexión debería ser mucho más profunda que preguntarnos hasta qué punto un político es capaz de mover sus redes de poder con tal de salvar de una incómoda situación; del mismo modo, deberíamos preguntarnos si los chilenos comunes y corrientes tenemos al alcance de la mano el teléfono de un alto funcionario de gobierno para reclamar cuando nos sintamos menoscabados en nuestros derechos, y si estamos en condiciones de ser reparados con tan altos estándares de justicia instantánea.

Más allá de estas interrogantes, deberíamos dudar de quienes aspiran a mayores investiduras, si enfrentados al menor problema, acuden a su poder incontrarrestable para ejercer sus derechos. Estamos en presencia de un acontecimiento grave. Si esto no es tráfico de influencias, ¿qué es? Seamos sinceros, no estamos en el país de las maravillas. Cada cual utiliza sus redes o redecillas de podercillo a su turno. Pero tampoco seamos pacatos ni más papistas que el Papa, ni pontifiquemos por deporte. Tampoco nos escandalicemos por la corrupción de otros países, ni pretendamos ser los finlandeses del barrio. Las diferentes denuncias de corrupción a todo nivel que hemos conocido en los últimos años, ponen en duda el futuro democrático del país, y a sus cultores como los eventuales responsables de su potencial quiebre.

La escritora e investigadora mejicana, Sara Sefchovich, acaba de lanzar –tras 16 años de estudio del tema– un gran libro: "El país de las mentiras", texto en el que trata de responder preguntas como: ¿Por qué se miente en México? ¿Por qué la mentira está en todo? ¿Por qué aceptamos el engaño como forma de gobierno? (La Jornada, México, 26/11/08). ¿Qué tanto mentiremos los chilenos, nuestros políticos?, sería una buena pregunta. Si el senador Girardi asegura que su intensión no era “sacarse” el parte, ¿cuál era su intención ulterior? ¿nos estará diciendo la verdad? Yo no le creo.

En rigor, este hecho permite, una vez más, dejar en evidencia la arrogancia del poder mal entendido, y siembra la indignación de quienes hemos delegado nuestra soberanía en representantes cuyos modos de actuar, dejan mucho que desear.

Bajada de Lagos

¡¡Fuera los seconds!!

Patricio Araya G.
Periodista

Ahora que el ex Presidente Ricardo Lagos se sinceró con sus partidarios –en especial con sus prematuros proclamadores pepedeistas– lanzando la toalla, no desde el rincón (comando) como suele hacerse en estos casos, sino desde el centro del cuadrilátero –demostrando escasa voluntad para una pelea de largo aliento, donde los primeros a vencer eran sus colegas de la misma federación pugilística– ya es hora de sentarse a ver cómo se desarrollará a partir de ese desistimiento el verdadero campeonato. A contar de ahora lo más importante no será lo principal, sino lo accesorio. Por el momento ninguno de los presuntos candidatos ha manifestado lo que debería ser su interés fundamental: los gobernados. En esta etapa de aprontes, el electorado no será considerado, o mejor dicho, hibernará hasta la próxima convocatoria. Lo que sí veremos es cómo saltan al ring los “tapados”, aquellos candidatos inconfesos, esos que han estado esperando como el gato a que abran la carnicería.

Lagos les lanza una toalla seca, que de sólo palparla puede notarse la falta de lucha. Ese otrora trapo sudoroso y ensangrentado por la hombría del que estaba dispuesto a perder la conciencia, y hasta la vida si fuere necesario, es lanzado con cierta displicencia por el ex mandatario (y un poco de cobardía también), a sabiendas que hay muchos esperando que baje del ring para que ellos puedan subir a dar la pelea. Su rincón toma esta toalla inmaculada y, sin pensarlo dos veces, la utiliza para secarse las babas que le produce semejante renuncia, no porque no lo quisieran ver a él compitiendo por volver todos juntos a La Moneda, donde tanta falta hacen –según ellos–, lo hacen henchidos de felicidad porque saben que su turno ha llegado.

Los nombres disponibles dentro de la Concertación para oponerse a la creciente posibilidad del hasta ahora único candidato de la Alianza, Sebastián Piñera, se han venido barajando y desplomando al ritmo monocorde del que sabe que no tiene más naipes que tirar a la mesa. Los radicales –tres veces gobierno– han lanzado con cierta timidez su única carta: el ex ministro de Justica y actual senador y presidente de la colectividad, José Antonio Gómez. El senador por la región de Antofagasta posee los méritos suficientes para ser el elegido: buena imagen pública, seriedad, honradez, trabajador, joven. Sin embargo, su nombre no logra concitar el interés común del oficialismo, pese a que sin experiencia parlamentaria previa, logró destronar a la ex senadora Carmen Frei de un reducto seguro para la DC. Aunque Gómez no está descartado del todo, al parecer, la cosa va por otro lado. Dentro de la misma tienda concertacionista, eso sí.

El senador Alejandro Navarro, por su parte, más que méritos propios –que puede o no tenerlos– suma como capital político el portazo que le dio a su casa matriz: el Partido Socialista. De allí se fue junto a unos que lo siguieron con la idea de formular un proyecto diferente, que hasta ahora no logra tomar cuerpo. Habrá que ver si el año que resta para la justa presidencial es suficiente para permitirle asentar sus ideas modernizadoras y reivindicatorias a la vez. Se trata de un hombre joven, apasionado, pero que carece de la madurez política necesaria para habitar La Moneda, y desde allí, gobernar a 16 millones de chilenos que, más que un revolucionario con poder, pretenden ser dirigidos por una persona que tenga en mente el verdadero desarrollo del país.

De todos los nombres posibles, hay uno en particular, el senador por Santiago Poniente, Guido Girardi, que siente que alguien podría proponerlo. Este tribuno ha venido preparando su estrategia desde que estaba en el antiguo SESMA, luego como diputado del distrito familiar, hasta llegar al Senado. Girardi debe ser el que saltó más alto para coger la toalla de Lagos, tal como hacen los invitados a la boda para coger el guante del novio. Girardi debe estar pensando que el río revuelto le traerá el regalo que tanto anhela: ser el candidato que unifique a los llamados progresistas con aquella parte de la Concertación que se ha sentado a esperar que el milagro de la unción de un candidato único acabe con su inminente derrota. Por su maquiavélica mente deben circular a mil por hora los planes para desarticular cualquier pretensión similar al interior del PPD. El ministro de Obras Públicas, Sergio Bitar, ya ha dicho que no tiene aspiraciones presidenciales. Entonces, ¿quién podría representar un escollo en el camino de Girardi? En su partido, nadie. Sólo debe concentrarse en el actual Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, quien, a la luz de los hechos, estaría dispuesto a dejar su cómoda oficina en Washington para sumarse a las primarias, donde un cada vez más consolidado ex Presidente Eduardo Frei, lo espera para la lucha final. Es decir, la Concertación tendría que decidir entre dos alternativas: un DC y uno que surja entre socialistas y pepedeistas.

Girardi tiene lo suyo. Su fortaleza es haber sido elegido tres veces diputado y una, senador. Insulza, en cambio, nunca se ha sometido al escrutinio popular. Su elección en la OEA fue producto de un proceso negociado entre gobiernos y bloques de poder. El senador corre con ventajas respecto al diplomático. Hay más. Girardi ha sido presidente de su partido. En la actualidad ejerce su Vicepresidencia, y desde allí mueve los hilos a su antojo. Su aliado es el presidente del PPD, Pepe Auth. Este ex embajador en Suecia (no en la calle Suecia de la UDI) posee el mérito de ser el artesano que esculpió la lápida de la DC, y la salida del escenario presidencial de la senadora Soledad Alvear, una menos en los propósitos de Girardi. La cuestionada idea de las dos listas separadas con que la Concertación enfrentó las elecciones de concejales nació (supongamos) de la cabeza de Auth. Luego éste se apresuró en proclamar a un Lagos que ni siquiera se mostraba interesado. La idea de la cúpula PPD, al fin, no era ver a Lagos en La Moneda, era, qué duda cabe, darle la oportunidad de decir no. Y lo dijo el jueves 4 de diciembre. “No soy ni seré candidato”, aseguró sin mayores estridencias el ex mandatario en su Fundación Democracia y Desarrollo, en medio de una concurrida conferencia de prensa. “Dos menos”, debe haber sentido Girardi.

Por su parte, el senador y presidente del Partido Socialista, Camilo Escalona, ruega a todos quienes puedan oírlo, que su candidato José Miguel Insulza traiga bajo la manga su renuncia a la OEA, para poder ponerle los guantes y lanzarlo al ring. ¿Contra quién? Esa respuesta debe tenerla la gente del PPD. Para eso se reunieron en la casa de Pepe Auth, para decidir quién le pega primero al gordo de Escalona. Con certeza deben estar maquinando la estrategia. “Que se lo sirva Frei”, “No, mejor que sea Guido”. Pero Girardi no es gallo de pelea. No de las limpias, al menos. Tal vez él prefiera el método siciliano que asegura buenos resultados electorales y políticos. Pobre Pánzer, tendrá que luchar contra algo mucho peor que una simple nominación, tendrá que hacerlo contra una máquina de poder demasiado perversa, para la cual sus “inocentes” socios de la calle Paris se revelan como unos niños de pecho. Es de esperar que Pepe Auth guarde silencio esta vez, y no salga en los medios anunciándonos en los próximos días que “Guido es nuestro hombre: él quiere ser Presidente”. ¡Dios nos libre! ¡Por qué no te callas, Pepe Auth! Al menos esta vez.

Lo que veremos de ahora en adelante, hasta las inciertas primarias concertacionistas, al menos, será una lucha a campo abierto, donde lejos de preocuparse por el diseño de un futuro gobierno, los ansiosos candidatos a algo, estarán más preocupados de desbancar a sus rivales, a codazo limpio, si fuera necesario. El ring está vació, esperando que los Don King criollos lancen a sus créditos. ¡¡Fuera los seconds!!

Ochenterio del Recuerdo

Los ’80 están de vuelta, de moda. ¡Qué lata! ¡¡Qué pena! ¡Qué cursi! Ni siquiera es siútico, es patético comprobar cómo los chilenos utilizamos nuestro pasado siniestro para volver a torturarnos con su recuerdo maloliente. La televisión se ha encargado por estos días de servirnos ése nauseabundo pastel que tanto asco e indigestión nos causó hace dos décadas. ¿O será acaso que los chilenos decidimos organizarnos e ir todos juntos al psiquiatra?, o es que por fin nos decimos a cerrar ese proceso que los sociólogos denominaron transición a la democracia y con el cual los políticos festinaron hasta el hastío. O hasta persuadirnos con la mal llamada reconciliación hecha a la medida de lo posible. La moda ochentera, o la urgencia de desvestir nuestros recuerdos empolvados para lucirlos como karma en la imposibilidad de sanarnos en masa, ha permitido que volvamos sobre el pasado para darle a éste la oportunidad de reencantarnos.

Los ’80 se fueron unos años horrendos que se llevaron nuestros años veinte, nuestros besos húmedos y nuestras ilusiones pecosas, y nos dejaron el recuerdo mudo del pánico de sentirnos siempre en ascuas. Mientras unos se desgarraban de dolor e impotencia a causa de su derrota, otros se alzaban ufanos con su endeble victoria. Eso fueron los ’80. No la buena onda que le atribuyen los medios o los que ven en la moda la forma de ganar unos míseros pesos.

¿Para qué recurrir entonces a ese baúl atestado de malos recuerdos ahora que, al parecer, nos encaminamos a otro sitio de la historia? La respuesta tal vez la tenga –una vez más– el mismísimo mercado. Esta vez parece ser el marketing o el merchandasing el patrón que dicta la pauta, o la moda. ¿Estamos haciendo una revisión histórica de esos años, o es que a alguien se le ocurrió lucrar con la sola evocación de un pasado “simpático”, desastrado, melancólico? Lo más probable es que detrás de esta moda yace la mente fría de algún genio interventor de la realidad, alguien que vio en el rasgo consumista de los chilenos la posibilidad de vender su pomada. Sacar del sótano unos modismos y ponerlos en circulación como bienes de consumo masivo. Somos el país que todo lo compra, consume y deshecha.

¿Qué falta le hace a nuestra historia actual aquel siniestro catálogo de imágenes tan lapidarias, auténticos espantacucos, como esa modelo de televisión que llegó a ser la reina de la desinformación? y que hoy continúa paseándose por la pantalla con el mayor de los desparpajos, después de mentirnos hasta lo indecible. ¿Tendremos hoy día la necesidad de presenciar esas capillas ardientes de muertos infinitos, de lápidas vivientes de seres perennes, ácidos como el limón, que se resisten a dejarnos en paz, o de escuchar las voces de Antonio Vodanovic o de Julio López Blanco como revival de la DINA TV?. Felices serán nuestros nietos que no tendrán que escuchar a estos personajillos evocar esos años ochenta como los mejores de sus vidas, y no de las nuestras.

Los ’80 parecen tan lejanos en el tiempo, sin embargo, la TV se encarga de acarrearlos hasta nuestra alcoba con sus imágenes idealizadas y con sus historias mal contadas. Dicen que una buena terapia para quien ha protagonizado un choque en automóvil, es volver a manejar lo antes posible, es decir, enfrentar el temor de lo traumático. Tal vez será por eso que a alguien se le pasó por la mente la brillante idea de enfrentarnos con nuestro trauma ochentero. De acuerdo. Estamos en medio de un proceso senatorio. Los españoles la hicieron más cortita que nosotros: muerto el perro, venga el destape, el desenfreno de saberse y sentirse libres de su tiranía franquista. Lo nuestro ha sido más terrible: el perro continuó ladrando, amenazando nuestra algarabía democrática con sendos ejercicios de enlace y boinazos que nos hicieron presa del pánico de sentir lo poco y nada que podía durar nuestra fiesta; siguió amenazándonos con sus bravatas desde su escaño vitalicio hasta que un vecino de otro barrio lo mandó a cazar y luego lo encerró en una villa tatcheriana. No fue sino hasta fines del 2006 que nos dejó en paz, llevándose, no obstante, una buena parte de nuestra seguridad al más allá. Tal vez por ello desempolvar el álbum ochentero sea lo que nuestra alma necesita para sanarnos de nuestra enfermedad nacional: el miedo. Será que en los ’80 todo se pudrió, incluso la voz de los protestantes, de los vencedores de los vencedores. ¿Por qué no nos largamos todos y les dejamos el país a los nuevos chilenos inmaculados por su no involucramiento en todo esto que nos preocupa y nos ocupa tanto?

Confiemos que cuando la moda ochentera se haya marchado, igual como el Axé, nos decidamos a evocar el pasado desde la verdad y no desde la moda de volver sobre los pasos de aquello que sólo nos divirtió. Seamos capaces de hacernos cargo de aquello que nos cambió. Para siempre.

“Amar en tiempos revueltos” versus “Los ‘80”

Los españoles también han vuelto la vista atrás para revisar su franquismo. “Amar en tiempos revueltos” (TVE) se hace cargo de hojear su pasado desde una perspectiva histórica, revisionista, analítica, no desde una mirada sólo amable y anecdótica, como la serie “Los ‘80” (UC TV). Los españoles lo hacen sin miedo, sin adornos ni ambigüedades, muestran la crueldad de esos años en todo su ancho y alcances sociológicos. “Los ‘80”, en cambio, es una historia que pretende convencernos de lo improbable, o de aquello no ocurrido, no vivido y amenaza con transformarnos en amnésicos, como si en Chile no se hubieran violado los derechos humanos de miles de compatriotas e impuesto un modelo de sociedad forjado a sangre y a fuego; se trata, en rigor, de un relato acomodado a los intereses del narrador, quien intenta convencernos de esa frase de que “todo tiempo pasado fue mejor”, sin tomarse la molestia de abordar el conflicto vivido; pretende, al cabo, contar una historia verdadera prescindiendo de la verdad, es como contar una historia familiar sin incluir a sus muertos, como si no hubiesen existido.

Es, en suma, un carro alegórico de una época que hizo feliz sólo a unos pocos. No entra en la historia, sólo la rodea y lanza tibios versos que no pretenden herir susceptibilidades. Da cuenta de esa miseria material de la crisis económica de la época, no de la crisis moral que desarticuló nuestra vida como nación democrática, cae en la facilidad de lo que está a la mano decir con imágenes cinematográficas a través de una magistral dirección de arte, no en la valentía de aclararles a los más jóvenes que lo melancólico no siempre va de la mano de lo verdadero. La serie está más cerca de la “La vida es bella” cuando narra el pasado desde una belleza estructurada sobre la base de lo que se “puede contar”, y no de lo que se debe contar.
Ni los ’80, ni la historia son una moda. Son historia.