D E U N A

Sitio destinado a proponer puntos de vista sobre la contingencia, analizando los acontecimientos que dan forma al diario vivir entre los chilenos.

Friday, October 06, 2006

CARACTERIZACIÓN DEL PENSAMIENTO MODERNO

…“el reloj no es sólo un medio para llevar la cuenta de las horas,
sino que también un medio de sincronizar las acciones de los hombres”.
Mumford
Caracterización del Pensamiento Moderno


¿Qué se dirá de este tiempo en los cuatro o cinco siglos siguientes? ¿Qué elementos constitutivos de la civilización actual serán considerados en el futuro para caracterizarla? Tal vez se hablará del velcro, de la digitalización de las comunicaciones, del bikini, del pan integral, de Chernobyl, de la ruinosa plaza de San Pedro, de las grandes epidemias que devastaron el continente africano, de las multisalas de cine, de la obesidad mórbida, del individualismo, de la violencia intrafamiliar, de las falencias culturales que desataron la debacle, o sea, se hablará del consumo. Y, qué duda cabe, se lo hará con el mismo desparpajo con que hoy se habla del barbarismo medieval; y tal como se hizo desde allí, con el barbarismo feudal surgido de las ruinas de la civilización grecorromana; tal como se hizo desde la Roma imperial con los pueblos bárbaros del norte europeo. A estas alturas, a nadie debería sorprender la falta de concordancia entre lo descrito –a su turno, cada quien, desde su perspectiva actual, considera superada la barbarie–, y la conocida aseveración de que todo tiempo pasado fue mejor.

Cada vez que se observa el pasado desde el presente, se lo hace desde una perspectiva dotada de cierta arrogancia, que desprecia al mundo previo, entre otras consideraciones, por su salvajismo; sin entrar en la discusión de que muchas veces ni siquiera se considera al futuro como una posibilidad. La reflexión sobre quién vio el mañana, es bastante común para explicar la vocación por el presente. “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven”
[1].

No obstante esta advertencia del historiador inglés, no deja de resultar incómodo hablar de una cierta época de la historia de la humanidad, como si ésta fuera lo mejor o lo más innovador respecto a su pasado inmediato, y de paso, como lo que resolvió de una plumada los problemas del pasado. En este sentido, pese a lo exitoso que ha resultado para el desarrollo de la civilización posmoderna, el modelo social surgido de la tensión entre el pensamiento medieval y la Modernidad, tampoco debe hacerse abstracción de sus vicios y deudas.

Es cierto que la Modernidad rompió con todas las estructuras sociales del Medioevo, partiendo por su cultura teocéntrica, e impuso un modelo cercano a la perfección, que permitió el desarrollo de las ciencias y el conocimiento, con todos sus atributos científicos y tecnológicos. Sin embargo, con toda seguridad, los hombres del futuro verán los siglos posteriores al descubrimiento de América, como los de un nuevo salvajismo: el del capitalismo, y el de la destrucción del hombre por el hombre. Y, parafraseando al propio Hobsbawn sobre uno de sus últimos siglos, lo visualizarán como “la era de las catástrofes”.

Al hojear en las páginas anteriores de la historia, encontrarán su antecedente inmediato: la introducción del concepto de economía de mercado y de la preponderancia del dinero medieval, que redujo a mito y leyenda el rudimentario sistema feudal. En páginas mucho más viejas, hallarán a los recaudadores romanos de impuestos, y en sociedades menos evolucionadas, la necesidad de matar para comer. El círculo se cierra.

Si bien, la imprenta, el reloj, los instrumentos de navegación, las máquinas a vapor y la novela, vinieron a darle sentido y valor al tiempo, seguridad a la expansión territorial del mundo europeo, desarrollo revolucionario a las economías, y protagonismo al hombre común en el relato literario, también es cierto que estos íconos de la Modernidad se constituyeron en la base de sus deméritos.

Este fenómeno universal llamado Modernidad, que alcanza los confines de la tierra gracias al desarrollo de los instrumentos de navegación y al espíritu expansionista de sus naciones, que desacraliza a su mundo anterior, desatando la crisis de autoridad en el cerebro del añoso animal feudal, y que no reconoce otra autoridad que no se fundamente en la razón, entra en conflicto con el binomio verdad revelada-conocimiento a través de la duda. Desde allí crece y se sostiene por si mismo, en el llamado conocimiento científico.

Debido a su característica secular, la Modernidad critica los modelos anteriores basados en la fe. “La sabiduría de la incertidumbre reemplazará la sabiduría de la fe”.
[2] Y dado que cada área del conocimiento genera sus propias validaciones, el elemento de la fe aglutinadora que perfecciona en una sola voz lo bello y verdadero, se desploma para dar cabida a una mayor pluralidad y tolerancia sociales y políticas. El pensamiento moderno se estructura desde la epistemología, mucho más que desde la metafísica medieval como fundamento. La preocupación por resolver la duda ancestral sobre el origen del hombre, cede su espacio a la preocupación por resolver los nuevos problemas del conocimiento (Echeverría).

La Modernidad, a su vez, está llena de contradicciones. Por un lado, está preocupada de la consolidación del poder como ejercicio de la autoridad política (Maquiavelo), y por otra, promueve el concepto de movilidad social articulada por el mercado y sus leyes de la superación personal, en el marco de una economía industrial y un modelo de vida urbana que late al ritmo de las manecillas de un nuevo invento: el reloj. Invento que no sólo mide el tiempo, sino que actúa como bisagra entre el trabajo del hombre y la productividad. Los antiguos signos y valores que rendían culto a la divinidad, obran de manera muy diferente en la mente moderna, modificando la relación de dependencia con aquello que estaba en las alturas, más allá del alcance humano (metafísica), con lo que ahora es cuantificable, en términos de valorar su magnitud. La distancia entre lo humano y lo divino, se estrecha. El mundo es vasto y explorable. Poco a poco la ciencia va reemplazando la concepción antigua de un mundo geocéntrico, por la idea de un planeta en medio de un sistema (teoría heliocéntrica), que lo incluye casi por azar.

La invención de la imprenta y su propagación, sacarán el conocimiento desde las abadías para llevarlo a las personas. Esta arista de la Modernidad, es el embrión de la masificación cultural, de la sociedad de masas. La Modernidad es el tiempo que la lírica reemplaza al canto épico. Son las historias personales las que ocuparán el lugar de los Rodrigo Díaz de Vivar, de los Héctor, de los Paris.

[1] Eric Hobsbawn, Historia del Siglo XX, Grijalbo Mondadori, Barcelona 1995
[2] Rafael Echeverría, El búho de Minerva

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