D E U N A

Sitio destinado a proponer puntos de vista sobre la contingencia, analizando los acontecimientos que dan forma al diario vivir entre los chilenos.

Friday, January 09, 2009

Ochenterio del Recuerdo

Los ’80 están de vuelta, de moda. ¡Qué lata! ¡¡Qué pena! ¡Qué cursi! Ni siquiera es siútico, es patético comprobar cómo los chilenos utilizamos nuestro pasado siniestro para volver a torturarnos con su recuerdo maloliente. La televisión se ha encargado por estos días de servirnos ése nauseabundo pastel que tanto asco e indigestión nos causó hace dos décadas. ¿O será acaso que los chilenos decidimos organizarnos e ir todos juntos al psiquiatra?, o es que por fin nos decimos a cerrar ese proceso que los sociólogos denominaron transición a la democracia y con el cual los políticos festinaron hasta el hastío. O hasta persuadirnos con la mal llamada reconciliación hecha a la medida de lo posible. La moda ochentera, o la urgencia de desvestir nuestros recuerdos empolvados para lucirlos como karma en la imposibilidad de sanarnos en masa, ha permitido que volvamos sobre el pasado para darle a éste la oportunidad de reencantarnos.

Los ’80 se fueron unos años horrendos que se llevaron nuestros años veinte, nuestros besos húmedos y nuestras ilusiones pecosas, y nos dejaron el recuerdo mudo del pánico de sentirnos siempre en ascuas. Mientras unos se desgarraban de dolor e impotencia a causa de su derrota, otros se alzaban ufanos con su endeble victoria. Eso fueron los ’80. No la buena onda que le atribuyen los medios o los que ven en la moda la forma de ganar unos míseros pesos.

¿Para qué recurrir entonces a ese baúl atestado de malos recuerdos ahora que, al parecer, nos encaminamos a otro sitio de la historia? La respuesta tal vez la tenga –una vez más– el mismísimo mercado. Esta vez parece ser el marketing o el merchandasing el patrón que dicta la pauta, o la moda. ¿Estamos haciendo una revisión histórica de esos años, o es que a alguien se le ocurrió lucrar con la sola evocación de un pasado “simpático”, desastrado, melancólico? Lo más probable es que detrás de esta moda yace la mente fría de algún genio interventor de la realidad, alguien que vio en el rasgo consumista de los chilenos la posibilidad de vender su pomada. Sacar del sótano unos modismos y ponerlos en circulación como bienes de consumo masivo. Somos el país que todo lo compra, consume y deshecha.

¿Qué falta le hace a nuestra historia actual aquel siniestro catálogo de imágenes tan lapidarias, auténticos espantacucos, como esa modelo de televisión que llegó a ser la reina de la desinformación? y que hoy continúa paseándose por la pantalla con el mayor de los desparpajos, después de mentirnos hasta lo indecible. ¿Tendremos hoy día la necesidad de presenciar esas capillas ardientes de muertos infinitos, de lápidas vivientes de seres perennes, ácidos como el limón, que se resisten a dejarnos en paz, o de escuchar las voces de Antonio Vodanovic o de Julio López Blanco como revival de la DINA TV?. Felices serán nuestros nietos que no tendrán que escuchar a estos personajillos evocar esos años ochenta como los mejores de sus vidas, y no de las nuestras.

Los ’80 parecen tan lejanos en el tiempo, sin embargo, la TV se encarga de acarrearlos hasta nuestra alcoba con sus imágenes idealizadas y con sus historias mal contadas. Dicen que una buena terapia para quien ha protagonizado un choque en automóvil, es volver a manejar lo antes posible, es decir, enfrentar el temor de lo traumático. Tal vez será por eso que a alguien se le pasó por la mente la brillante idea de enfrentarnos con nuestro trauma ochentero. De acuerdo. Estamos en medio de un proceso senatorio. Los españoles la hicieron más cortita que nosotros: muerto el perro, venga el destape, el desenfreno de saberse y sentirse libres de su tiranía franquista. Lo nuestro ha sido más terrible: el perro continuó ladrando, amenazando nuestra algarabía democrática con sendos ejercicios de enlace y boinazos que nos hicieron presa del pánico de sentir lo poco y nada que podía durar nuestra fiesta; siguió amenazándonos con sus bravatas desde su escaño vitalicio hasta que un vecino de otro barrio lo mandó a cazar y luego lo encerró en una villa tatcheriana. No fue sino hasta fines del 2006 que nos dejó en paz, llevándose, no obstante, una buena parte de nuestra seguridad al más allá. Tal vez por ello desempolvar el álbum ochentero sea lo que nuestra alma necesita para sanarnos de nuestra enfermedad nacional: el miedo. Será que en los ’80 todo se pudrió, incluso la voz de los protestantes, de los vencedores de los vencedores. ¿Por qué no nos largamos todos y les dejamos el país a los nuevos chilenos inmaculados por su no involucramiento en todo esto que nos preocupa y nos ocupa tanto?

Confiemos que cuando la moda ochentera se haya marchado, igual como el Axé, nos decidamos a evocar el pasado desde la verdad y no desde la moda de volver sobre los pasos de aquello que sólo nos divirtió. Seamos capaces de hacernos cargo de aquello que nos cambió. Para siempre.

“Amar en tiempos revueltos” versus “Los ‘80”

Los españoles también han vuelto la vista atrás para revisar su franquismo. “Amar en tiempos revueltos” (TVE) se hace cargo de hojear su pasado desde una perspectiva histórica, revisionista, analítica, no desde una mirada sólo amable y anecdótica, como la serie “Los ‘80” (UC TV). Los españoles lo hacen sin miedo, sin adornos ni ambigüedades, muestran la crueldad de esos años en todo su ancho y alcances sociológicos. “Los ‘80”, en cambio, es una historia que pretende convencernos de lo improbable, o de aquello no ocurrido, no vivido y amenaza con transformarnos en amnésicos, como si en Chile no se hubieran violado los derechos humanos de miles de compatriotas e impuesto un modelo de sociedad forjado a sangre y a fuego; se trata, en rigor, de un relato acomodado a los intereses del narrador, quien intenta convencernos de esa frase de que “todo tiempo pasado fue mejor”, sin tomarse la molestia de abordar el conflicto vivido; pretende, al cabo, contar una historia verdadera prescindiendo de la verdad, es como contar una historia familiar sin incluir a sus muertos, como si no hubiesen existido.

Es, en suma, un carro alegórico de una época que hizo feliz sólo a unos pocos. No entra en la historia, sólo la rodea y lanza tibios versos que no pretenden herir susceptibilidades. Da cuenta de esa miseria material de la crisis económica de la época, no de la crisis moral que desarticuló nuestra vida como nación democrática, cae en la facilidad de lo que está a la mano decir con imágenes cinematográficas a través de una magistral dirección de arte, no en la valentía de aclararles a los más jóvenes que lo melancólico no siempre va de la mano de lo verdadero. La serie está más cerca de la “La vida es bella” cuando narra el pasado desde una belleza estructurada sobre la base de lo que se “puede contar”, y no de lo que se debe contar.
Ni los ’80, ni la historia son una moda. Son historia.

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