D E U N A

Sitio destinado a proponer puntos de vista sobre la contingencia, analizando los acontecimientos que dan forma al diario vivir entre los chilenos.

Friday, October 06, 2006

IX CUMBRE GUACHACA

Guachaca por un día… termina forever

La cartelera cultural de mayo está atiborrada de actividades formales. Buscar y encontrar un “artista” en sus páginas es más fácil que comer pan. Entrar a un taller a tragar polvo o estornudar por causa de la trementina, o acudir a un ensayo teatral para salir ataviado de supersticiones, o ir a ver cómo las herederas de Sara Nieto levantan el muslo más allá del deseo, es entrar de una plumada por la alameda más ancha y vasta de la cultura por antonomasia. Claro, porque lo “artístico” en Chile es tan obvio, que está ligado sólo a “lo culto”, es decir, a las bellas artes. Todo lo que no sea artes visuales, teatro, danza, música, escultura, exposiciones de fotografías, e incluso, lanzamientos de nuevos libros o tertulias sobre añosas novelas, o reinauguraciones de lugares ad hoc para la cultura, no sólo no amerita un lugar en la agenda cultural chilena, sino que torna interesante la tarea de entrevistar a un “artista en su salsa”. Para hacer más entretenido el periplo, le telefoneo a una guachacha buena onda de Rengo con la que es imposible pasarlo mal.

Qué mejor entonces que la IX Cumbre Guachaca celebrada en el Centro Cultural Estación Mapocho, los días viernes 12 y sábado 13 de mayo. Tiempo y espacio donde caben y ocurren todas las definiciones posibles de lo popular, o sea, aquello que no responde a los estándares de la cultura tradicional; aquello que ha debido marginarse, o como viene ocurriendo desde hace nueve años, expresarse mediante una modalidad típica de lo moderno: una cumbre. ¡La segunda mentira más grande de este país!

Para acceder al enorme taller de su dios inventor, de su santo patrono: Dióscoro Rojas, el primer guachaca de la nación, primero hay que acreditarse en la oficina de prensa ubicada en “La Piojera”, punto de partida que conduce a la meca de lo “republicano”, soportando los estertores de un “terremoto” de mediodía, para luego hablar con Romina, una flaca buena onda y piernas ídem que entiende el periodismo y las buenas relaciones desde lo social. Salud.

La entrada al “taller” (el galpón metálico donde los intelectuales hojean libros en noviembre, y donde los setenteros lloramos al “Gato” Alquinta, hace cuatro eneros), “pa’ los periodistas, es por detrás”, nos informa un guardia de amarillo (con cara de guachaca), como los de Londres del 98, voh cachai, poh.

Como buenos reporteros, llegamos tempranito. Entumidos, grabadora en mano, cámara mini DVD dispuesta, y la digital recién comprada, sin darle mucha vuelta al asunto, y ungidos por la suerte, sin más, el mismísimo Dióscoro nos recibe entre bambalinas y la que te criaste, en el lado más lúgubre y ruidoso de la noche. Nos recibe un poco tenso. Su rostro delgado y serio no concuerdan con su voz aguardientosa; abstemio hace muchos años, Dióscoro Rojas, está ocupado hasta de los más mínimos detalles de la cumbre. Cualquiera esperaría encontrarse con un eufórico anfitrión dirigiendo su carnaval desde lo alto de la pelota, pero Dióscoro no responde a esa imagen; su delgadez, se esbeltez sesentona lo acercan más al tipo de hipotenso que anda por el mundo preocupado del frío y de cerrar las puertas, en lugar de abrirlas como lo hace él.

Aunque hace rato que la concurrencia ya sobrepasó las cinco mil almas, Dióscoro carga con la misma tensión que Don Francisco durante toda la Teletón. La tarima en que nos encaramamos para entrevistarlo, se cimbra bajo nuestras cañuelas, en medio de una noche que entume. A menos que el pipeño y las cumbias digan otra cosa.

Pese a todo, la cosa parte bien, porque, teniendo en cuenta que al guaripola Rojas le han dado con todo en los medios en los últimos días, a raíz del asunto de las lucas que ganaron el año pasado, o porque la Matilda Svenson –sueca ella–, no tiene nada de guachaca ni de chilena para ser elegida reina del evento, el mentor espiritual de las Cumbre Guachacas, tiembla cuando le ponen un micrófono al frente.

De entrada aclara que no está ni ahí con las definiciones. “Nosotros, los guachacas, no somos cartesianos, no nos interesa definirlo todo; nosotros aprendemos de la gente, eso tiene que ver más con el cuiquerío; nuestras definiciones parten de la propia gente, no aprendemos de las teorías”.
Hace nueve años este hombre que vino del sur, que ha vivido en pensiones por medio Santiago, y que poco o nada ha dejado traslucir de su vida privada, le dio el palo al gato, o mejor dicho, llegó a la tierra prometida. Su calidad “artística” consiste en el descubrimiento que hizo a través de la observación social sobre nuestras carencias. O sea, nos cachó el caldo flaco y la autoestima por el suelo. Dióscoro planteó un problema: nos estábamos quedando sin lo auténtico, al punto de que hasta la panita había sido reemplazada de la canasta que sirve de base para el cálculo del IPC, por un Microwave, o sea, un microondas oriental. Y propuso una solución: luchar contra los cuicos, a quienes sindica como los causantes de la agudización de las enormes diferencias socioculturales que vienen caracterizando al Chile de la posmodernidad, tras la irrupción del modelo neoliberal; e inventó un método: sacar a relucir la quintaesencia de la chilenidad, con estilo, por cierto. Ser guachaca no es ser marginal, rasca, chulo, flaite, punga, roto, picante, poblacional, cuma, ordinario; o sea, no es responder al estereotipo del pobre según la cultura excluyente; es mejor aún, es ser republicano, creer en lo de uno, sentirse chileno.

La idea fue y es, “el intento por construir un país donde haya una identidad distinta a la que nosotros creemos que es; los chilenos de hoy somos muy diferentes a los de hace treinta años, no tenemos que ver con los conflictos que tuvieron otros, ni con sus ideologías; los chilenos nos unimos en torno al cariño, por eso hablamos de la república; somos cariñosos, humildes y republicanos; nos unimos a través de los valores de la gente: el valor de la familia, el de un amor que compartir, el de un hijo a quien educar; tener una casita para respetarla, que sea el símbolo de la unidad familiar, para pintarla cada primavera, y a ese país, y a ese espacio, nosotros lo llamamos “Chile”, con sus costumbres; su identidad. A diferencia del cuiquerío que cree que Chile es un espacio para hacer negocio, donde se puede engañar al otro”.

Mientras la música abre un claro para escucharnos, el artista de la chilenidad declara su conformidad con lo que ve y escucha y se desentiende del halago del que ha sido objeto cuando se le señala como un hombre que atendió a una necesidad que teníamos los chilenos. Para él, vivir en lugar u otro, no significa nada. “Los guachacas somos chilenos, vivamos donde vivamos”.

Sobre el antiguo lecho del tren que tantas veces abordé con mi madre, esta noche cumbrosa (guachacosa), miles de chilenos descubiertos por el Dios Coro, saltan, danza y se empipan al ritmo de la famosa “Macondo” de Luizin Landaez, como las diminutas marionetas que alguna vez imaginó el hombre de rostro huesudo en su soledad, al calor de una estufa y un té de pensión. Esta noche de fiesta, de Dieciocho anticipado, más de algún entonado deposita sus lágrimas en el hombro de un amigo cuando escucha “¿Quién más que tú, con una pala y un sombrero… quién más que tú, trabaja en Año Nuevo… Ojalá que en el momento del adiós, te recuerden como te recuerdo yo…” Más de algún califa invierte plata y esfuerzos por doblegar la voluntad de alguna desprevenida parroquiana, de las que hay por miles bajo el humo tóxico de tabaco y petróleo. Más de alguno saldrá esta noche, tal como lo hacen las obras de un artista, hacia un rumbo desconocido o imprevisto.

Los hierros calientes de Sergio Castillo, las telas húmedas de Balmes, “La Madre” de Rodrigo Pérez o “El negro de Koltés”, o el mismo Schakespeare, o el loquero De la Parra, o la ingrávida danza de Isabel Croxatto, tendrán que esperar, o por su selecto público, o por que pare la música y el chuchoqueo en la nave central de la estación de la esperanza, para poder devolverle a las bellas artes el patrimonio de la palabra cultura. Gracias Dióscoro por el pipeño. Aunque para ser guachaca, igual ha y que tener sus buenas lucas. Salud.

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