D E U N A

Sitio destinado a proponer puntos de vista sobre la contingencia, analizando los acontecimientos que dan forma al diario vivir entre los chilenos.

Friday, October 06, 2006

LA FELICIDAD ESTIVAL DE LOS GIRARDI


VERANO FELIZ EN CERRO NAVIA:
Juegos de agua en la calle

Miles de niños de comunas de escasos recursos han pasado el calor asfixiante del verano santiaguino en sus poblaciones, achicharrándose sobre el asfalto, o ahogándose en los polvorientos pasajes y callejones malandrines de la pasta base y los cogollos, comprando helados en bolsas plásticas con sabor a detergente, persiguiendo una moribunda pelota de polietileno, o tal vez, pelándose una fruta de segunda en las ferias tardías, o haciendo piruetas en una tabla sobre el lomo de los fierros de alguna plazoleta, sin ninguna posibilidad de acercarse a la orilla del mar o de un lago, porque, entre otras consideraciones, la felicidad consumista queda muy lejos de casa; muchos de ellos tampoco cuentan con recursos para asistir a una piscina, ni mucho menos, sus angustiados padres pueden tenerles una piscina plástica en el patio colectivo del block. Para agravar aún más su endémica marginación, ni siquiera cuentan con la cultura organizativa que inventó el girardismo, para beneficio de los habitantes de la zona poniente.

Los niños de Cerro Navia, en cambio, son los más afortunados entre los pobres de los pobres. Gracias al incansable espíritu altruista de sus autoridades, no cabían en sí de felicidad durante el verano ardiente, cada vez que el carro de los bomberos de Quinta Normal aparecía por las esquinas de las poblaciones perejilientas, a esparcir su generoso chorro de lluvia fría. Semejante divertimiento era compartido por familias enteras, porque, qué duda cabe, la felicidad de los sin piscina, de los sin mar y de los sin lagos, es una cuestión que se comparte con la solidaridad del despojo y la desolación. Ante el anuncio del “vienen los bomberos”, hasta los abuelos salían a mojar sus arrugas. Incluso, los perros, que al igual que sus amos, también se encuentran organizados por territorios, aprovechaban el baño anual de la gratuita desparasitación bomberil. Hay quienes aseguran haber visto palomas y gorriones cruzar en medio de las cortinas húmedas que el viento desvió más de una vez hacia el cielo. Es más, algunos aseguran haberse cruzado con un par de gaviotas despistadas que subieron por el curso del pestilente Mapocho, desde las playas del litoral central. Una dirigente oficialista afirmó a quien la quiso escuchar, que las había enviado la propia alcaldesa, para que los vecinos supieran lo preocupada que estaba ella en su parcela de Olmué por causa de los calores atroces de la capital. Su jefa de gabinete, histérica ella, citó a la prensa para explicar que la prolongada ausencia de la autoridad, se debía a la consiguiente depresión que le causó tal preocupación por sus sofocados súbditos. Nada de eso, compadre. Las gaviotas las envío el senador. Y para que nadie ande hablando tonterías, dijo un tal guatón Farías, don Vito las envió desde México. Así que, las mentadas gaviotas son importadas. Ná de andar metiéndoles ventolera en el persa. Habrá que ver la forma de incorporarlas al próximo Presupuesto Participativo, para ver de qué modo se las conserva con vida. La idea es que duren varios años, y en lo posible que sobrevivan para reemplazar al payaso parlanchín de las campañas del senador, que ya está más trillado que el Viejo Pascuero de la Plaza de Armas. Los esfuerzos del senador, de ahora en adelante, informan desde su comando, perdón, desde su oficina, tienen que tener un efecto mínimo de ocho años. Hay que potenciar los recursos, ha declarado su jefa de presupuesto, una holandesa hirsuta que vive haciendo dieta, y a quien la hermana del patricio, no duda en reprender en sus reuniones de coordinación de los lunes.

Mientras, otros tantos niños, que no estaban ni ahí con los pajarracos corruptos del PRI, ni con los comunicados de prensa, ni los ajustes presupuestarios de las articuladores del PPD, se las ingeniaban en las plazas, o en los incontables parques con que cuenta la comuna, divirtiéndose bajo la ducha pública de la pobreza metálica, que brota a borbotones de las multicolores gargantas torcidas, que el progresismo instaló en subsidio de las piscinas, que sólo sirven para que los niños se ahoguen, se ha explicado, o para que algún palo blanco, se murmura, se amañe una cincuentena de guatones por tres estucadas de pasta muro, y uno que otro kilo de bekron, del más penca. Una piscina, o mejor dicho, una pileta municipal es como una vaca lechera: siempre da leche y carne.

En fin, en las afueras de la parroquia, o en las proximidades de la comisaría, o en las explanadas desérticas del desarrollo urbano, las madres gordas, las flacas, las peludas y las calvas que votaron por la gordi, escapan del calor, de los curas califas y de los pacos mirones, bajo los arcos de la felicidad acuosa del girardismo. La inspiración de tales arcos, explicarán las Carolinas algún día, a los hermanitos de marras, les viene de su paso por París: son una versión tercermundista del Arco del Triunfo de la ciudad luz. Igual suerte que las madres empapadas, corren sus hijas, las mismas voluptuosas hermanas de los cabros chicos que se bañan en calzoncillos, chapoteando como si estuvieran en Pucón o La Serena, y qué decir de las tías curvilíneas que mojan su miseria perfumada de Coral y Belmont light en el concurso de los vestidos mojados, que transparentan sus carnes y deseos, mientras sus hombres panzones y sin dientes las observaban desde su lujuria, a la espera de la enésima botella que el clandestino mandó fiada hasta el lunes, para ahogar la sed pachanguera.

Es el verano feliz de los pobres. Eso sí, esto no es Macondo, es Cerro Navia. Un lugar mucho más complejo que la simplona creación garcíamarquiana. Esto no es realidad. No al menos esa realidad que concita acuerdos. De serlo, más de algún iluminado del primer mundo habría bajado a estas mazmorras a contemplar esta singularidad sociológica, tal como han hecho miles de incautos que han llegado a Colombia preguntando dónde queda Macondo, causando la burla de los viejos de Aracataca. Como dijo el viejo Luckman, la realidad es una construcción social, o sea, una ideación, algo que surge en nuestra mente para satisfacer la pregunta ¿qué es la realidad? La genialidad de Gabito es haber convencido a media humanidad que Arcadio Buendía y su mujer, Úrsula Iguarán, eran de carne y hueso, y que habitaban un pueblo real donde criaron a sus Aurelianos, y desde donde Remedios la bella, se elevó a los cielos, y donde el coronel conoció el hielo.

Cerro Navia, en cambio, es pero, no es. Es decir, no es lo que se ve o aprecia, tampoco es lo que aparenta. La pobreza que se vive en Cerro Navia, es dignidad de la buena. No es pobreza en el sentido literal de la palabra. La pobreza cerronavina es tan estoica como la vida siberiana, es tan sufrida como la miseria haitiana, sólo que produce felicidad; la pobreza de estos lados, es un modo de vida que nadie está dispuesto a dejar. La gente de Cerro Navia, aunque está colmada de carencias materiales, es inmensamente feliz. Y en la consecución de esa felicidad, la familia Girardi ha sido clave. Ello explica las abrumadoras mayorías que consiguen en las urnas cada cuatro años.

Alguien podrá alejarse de Cerro Navia, pero, la impronta que produce este terruño, incluso a los estudiantes de la Alianza Francesa, es indeleble. Mejor aún, ésta es el metal con que se forjan las cadenas de una alianza imperecedera. Querer ver pobreza donde no la hay, es sedición, denunciar algún rasgo de desigualdad social, es no entender nada. Por ello, las formas de esparcimiento de la población local son tan sui generis, lo mismo que su felicidad. A la gente de la clase ABC1 esto le resulta incomprensible. Los ABC1 son muy elementales. Ellos se divierten viajando al extranjero, o fondeándose en sus balnearios privados con capilla incluida, o bañándose en la soledad de sus patios, o esquiando en la nieve de Aspen o en los picos cordilleranos del arribismo de Farellones, o haciendo piruetas arriba de una tabla en Hawai o Pichilemu, o bebiendo ron en calurosas playas caribeñas, o haciéndose servir por médicos o abogados cubanos en Varadero, o llevándose a Coehlo para reflexionar en la cabaña de Tunquén. Todo lo cual tiene su costo, por cierto. Claro porque después se pasan el año entero haciendo gimnasia bancaria para no perder el estatus. Son fomes.

Las piscinas públicas, sépanlo todos ustedes, lejos de ser focos de infección y sobajeo submarino, como podría pensar algún escrupuloso santurrón, son inseguras. Por eso que las autoridades comunales prefieren los Juegos de Agua o la asistencia de los bomberos para sofocar la canícula de enero y febrero. Porque a los pobres hay que cuidarlos, sobre todo a los de Cerro Navia, que son tan especiales, es decir, son pobres, pero no son pobres. Además, son tan valiosos. Cada uno de ellos, cumplidos los 18 años, se convierte en un elector. O sea, en un votito. Los pobres tienen que durar para siempre. Sin ellos, los discursos perderían su exaltadora adrenalina política, y las reivindicaciones sociales carecerían de todo sentido, y la carrera política de los últimos descendientes de Treviso, estaría en peligro.

Es lo que hay nomás, poh. Es el verano feliz de la comuna. Es todo lo que merecen los miserables por haber desviado uno que otro voto hacia la oposición. Si algún futuro candidato a algo lo piensa un poco, el verano, mucho más que el dramático invierno, es un tremendo tema sociológico desde el cual se puede construir el más retórico de los discursos, incluso, sería novedoso. Voten por él. No, mejor que no. El Crescente puede enojarse, y los ingentes esfuerzos de su primera campaña tarjetera financiada por las buenas relaciones públicas edilicias, se desplomen. O tal vez, el sabandija ése, el mentado Emiliano, que se pitió la luneta del auto nuevo de mamá, me puede agarrar a peñascazos. O, tal vez don Vito mande a sus gaviotas mejicanas a darme el machetazo final. Lo mejor es pasar piola. No hay que desafiar la paciencia del senador. No vaya a ser cosa que la familia se moleste y uno termine como José Luis Cabezas, aquél reportero gráfico argentino que se metió a investigar a los mafiosos de Buenos Aires, y acabó siendo eliminado. Así es Cerro Navia. Los pobres no son pobres, son felices. Los deshonestos, son honestos. Cerro Navia es un lugar del mundo cuya custodia le fue entregada a una familia italo-francesa. O sea, o te matan las balas de un mafioso siciliano, o te seduce el perfume de una coqueta mujer que se jura alternativa.

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